Miguel Pérez, maestro en el Hospital Niño Jesús de Madrid, confiesa que la sonrisa de los niños es lo que le «engancha» a su profesión
Para cualquier maestro, enseñar es un desafío constante que requiere una entrega infinita. Tiene que ser capaz de adecuar los objetivos, contenidos y estándares de aprendizaje a las circunstancias de cada alumno y al devenir de los tiempos, tener capacidad de escucha y comprensión y, a la vez, comunicar entusiasmo y hacer atractivas las tareas escolares.
Si a esta ecuación le sumas que su trabajo se desempeña en un hospital pediátrico, el reto exige altas dosis de madurez mental y fortaleza para saber enfrentarse a la enfermedad y las dificultades que se derivan de ella. Miguel Pérez describe su experiencia como maestro de Educación Especial en el Aula Hospitalaria CPEE Hospital del Niño Jesús de Madrid en su libro A clase en pijama (Plataforma Editorial).
¿Qué funciones tienes como maestro de hospital?
La principal función que tengo consiste en evitar que mis alumnos pacientes (así se les llama desde el ámbito de la Pedagogía Hospitalaria) adquieran un desfase curricular como consecuencia de encontrarse en una situación de convalecencia por una enfermedad. Tengo que asegurar la continuidad de su desarrollo educativo durante el ingreso en el hospital, estando en coordinación continua con su tutor y seguir la programación de su grupo de clase.
De forma que, al regreso a su vida cotidiana, pueda volver a su aula en las mismas condiciones que el resto de sus compañeros de clase. Pero además, debo servir de puente o conexión con el mundo exterior, más allá de las cuatro paredes de la habitación de un hospital, permitiendo que siga en contacto con sus compañeros y proporcionándole las mismas oportunidades de aprendizaje (actividades complementarias) a través de iniciativas que en una situación al uso le permitirían acudir. En este caso, si Mahoma no va a la montaña, la montaña irá a Mahoma y seremos nosotros quienes traeremos esas experiencias al hospital.